A Julianne Moore es difícil verla de mal humor.
Emocionada, seguro, por ejemplo cuando ganó el Oscar por Siempre Alice (2014) o cuando no pudo contener las lágrimas en público al morir su madre. “Me tendrían que ver haciendo gimnasia, algo que odio y que hago gruñéndole a mi instructora”, se sincera en una entrevista con este periódico. Será lo único que la enfade porque con Moore siempre entra en la habitación un soplo de energía, estilo y felicidad. Un sentimiento que se repite en todo lo que hace, desde sus primeros trabajos con Robert Altman (Vidas cruzadas, 1993) o Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, 1997), cuando todavía existía el cine independiente en Estados Unidos, o a su paso en grandes producciones como la saga de Los juegos del hambre. Moore es incombustible, como se demuestra en su último trabajo, Freeheld, la historia real de una pareja del mismo sexo que luchó en Estados Unidos por disfrutar de los mismos beneficios sociales que un matrimonio heterosexual. (Mas Detallles)
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