Sentado detrás del mítico escritorio de la Oficina Oval, Donald Trump tomó la palabra el viernes en la noche y se sometió a un ejercicio inusual para él: admitir un fracaso.
La reforma de la salud, su primera propuesta legislativa de importancia que debería haber marcado la ruptura con los años de su antecesor Barack Obama, se hizo pedazos en un Congreso controlado por su partido.
El hombre de negocios septuagenario conoció otros reveses, como la quiebra de sus casinos, pero su insolencia y su capacidad de rebote hicieron que su “marca” siguiera viva hasta su sorpresiva victoria para llegar a la Casa Blanca.
El viernes, sin embargo, bajo la luz más intensa, esa que acompaña al presidente de Estados Unidos adonde vaya, ya no pudo esconderse.
Donald Trump no parecía listo para admitir de frente un fracaso personal.
En un tono que no se le conocía, dijo estar “decepcionado” y “un poco sorprendido”. “Estuvimos muy cerca”, dijo, como si eso tuviera importancia.
Sorpresivamente, evitó cualquier tipo de crítica contra los republicanos que no lo apoyaron, y rechazó hablar de “traición”.
El momento del ajuste de cuentas quizás llegue más tarde, cuando se disipe el polvo.
Después de dos meses en el poder, esta bofetada política pone de relieve una pregunta que podría pesar durante toda su presidencia: ¿Puede Donald Trump gobernar usando las fórmulas que le permitieron llegar al poder?
“El epílogo del viernes es bueno para el país pero humillante para los dirigentes republicanos”, escribe The New York Times en su editorial. “Para Trump, es un recordatorio brutal de que hacer campaña es la parte fácil”.
Sus tuits erráticos y constantes ponen a su equipo, y también al campo republicano, en una postura cada vez más incómoda, como cuando acusa a Barack Obama de haber pinchado sus teléfonos sin la mínima prueba tangible.
– “Posición inestable” –
Los límites de su método -precipitación y falta de consulta previa- se pusieron en evidencia con sus decretos que buscaban cerrar el ingreso a Estados Unidos de ciudadanos de varios países musulmanes y que fueron bloqueados por la Justicia.
Su estilo también mostró sus límites: pese a las reteradas amenazas y ultimátums, varios republicanos, principalmente los ultraconservadores, sabotearon un texto que Trump presentaba como una pieza excelente.
Enredado en el escándalo sobre los vínculos de algunos miembros de su equipo con Rusia, sabe además que no puede esperar ni el mínimo regalo por parte de los demócratas.
Algo se fisuró: ahora es posible hacerle frente al magnate inmobiliario y esta debacle debería incentivar a sus opositores.
Los líderes de los grandes países rivales, de Moscú a Pekín, no pasaron por alto el episodio.
Difícil decir si el septuagenario, completamente novato en política, puede cambiar de estilo y de visión.
Congresistas y diplomáticos cuentan en privado que el presidente republicano tiene poco gusto por discutir en profundidad los asuntos y escuchar en detalle sus propuestas.
Sobre la reforma de la salud, algunos en el seno de su equipo reconocen que, si bien se preocupó en “vender” la nueva ley (que, por prudencia, rechazó apodar “Trumpcare”), nunca se implicó en los debates cruciales sobre su contenido.
Estos son los primeros brazas de un mandato de cuatro años y el 45° presidente de Estados Unidos aún puede confiar en que estabilizará el navío.
George H.W. Bush y Bill Clinton también tuvieron comienzos agitados antes de reforzar a sus equipos y dar un impulso diferente a su mandato.
Pero, desde que llegó al poder, Trump sistemáticamente designó a un culpable cuando estuvo en aprietos: los medios “deshonestos”, las filtraciones de informes de inteligencia por parte de funcionarios, o jueces parciales.
“Su fracaso sobre la salud lo deja en una posición inestable”, estima el profesor de la Universidad de Princeton, Julian Zelizer, en una columna publicada en CNN.com. “La verdad es que no tiene a nadie que culpar más que a sí mismo”.
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