La mayoría de las investigaciones sobre la adicción al teléfono se enfoca en los estudiantes.
Sin embargo, el problema no recae únicamente en los jóvenes. A los 45, soy un adicto en recuperación. Han pasado cuatro meses desde que desinstalé las aplicaciones de redes sociales, tres meses desde la última vez que publiqué en Facebook y dos meses desde que desactivé todas las notificaciones en mi teléfono inteligente. Antes de comenzar el programa de desintoxicación, revisaba mi teléfono unas cinco veces por hora. Eso es casi la mitad de la frecuencia del promedio de millennials, pero casi tres veces más que la mayoría de la gente de mi generación en Estados Unidos. Ahora lo reviso una vez cada hora.
Creo que me enganché por mi trabajo. Cuando empecé a desarrollarme como periodista al final de la década de los ochenta, utilizaba mis piernas para encontrar una historia y la dictaba a alguien de la redacción para publicarla desde un lugar remoto. Cada vez se hizo más fácil gracias al correo electrónico, a internet, a los motores de búsqueda, las redes sociales y la comunicación por teléfono móvil. En Ucrania, los políticos se volvieron tan adictos a Facebook que resultaba inútil hablar con ellos. En Estados Unidos, gran parte del debate político de alto nivel se produce en Twitter, gracias, en parte, al Tuitero en Jefe. Me convencía diciéndome que mantenerme activo en mis cuentas era necesario para el trabajo, pero eso era absurdo: la mayoría de estos posts y videos eran inútiles en mi servicio como periodista.
Estaba sumergido en la calidez acogedora de la adicción a los teléfonos inteligentes y es difícil diferenciarlo del abuso de sustancias. "El confort mata, el malestar se crea", escribió Jean Cocteau en su cuenta personal sobre su desintoxicación del opio.
Po tanto, como yo era alguien que estaba tratando de desprenderse de una "sustancia", comencé a experimentar esa situación con cierta incomodidad. Eso fue cuando perdí las aplicaciones de Facebook y Twitter, que se estaban comiendo la mayor parte de mi tiempo en la pantalla. Al principio sentí una privación tan aguda que tuve que abrir Facebook y Twitter a través de un navegador. Durante un par de días volví a mirar las redes, aunque luego me obligué a detenerme.
Cocteau admitió lo siguiente: "No soy una persona desintoxicada pero estoy orgulloso de mi esfuerzo. Estoy avergonzado de haber sido expulsado de este mundo sobrenatural". Después de haber dado una patada al opio, Cocteau todavía tenía adicciones al alcohol y a la cocaína. Me mantuve actualizándome en Twitter, aunque poco a poco, empecé a reducir la discusión con la gente a través de esa plataforma. Ahora solo estoy unos treinta minutos al día, lo suficiente para mi trabajo.
Tocamos (tocando, haciendo click o deslizando) la pantalla de nuestro teléfono más de 2,500 veces al día. Eso es probablemente 100 veces más de las que tocamos a nuestro compañero de trabajo o a una pareja. La razón por la que lo hacemos es porque nuestro teléfono exige nuestra atención enviándonos notificaciones. Lo hace cada vez que alguien quiere conectarse con nosotros, cada vez que algo cambia en una aplicación, cada vez que una entidad artificialmente inteligente decide que necesitamos información. Las notificaciones tienen un propósito comercial que no se ha desvelado: una vez que empiezas a utilizar el teléfono, es probable que abras más aplicaciones, veas más anuncios y compres más cosas.
Es relativamente fácil retomar el control: entré en la configuración de mi teléfono y prohibí a cada una de las 112 aplicaciones que me enviara notificaciones. Ahora solo reviso mis cuentas de correo electrónico personal y corporativo, así como dos aplicaciones de mensajería. Lo hago cuando quiero y no cuando mi dispositivo quiere que lo haga. Eso significa que mis amigos deben esperar más tiempo para recibir una respuesta. No se han dado cuenta o, al menos, no me lo han hecho saber. Sobreestimamos la necesidad de la inmediatez en la comunicación. Quizás nuestros hijos no lo hacen porque viven su adicción en mayor medida que nosotros, pero a un adulto le resulta fácil esperar una respuesta.
Un adicto en recuperación sabe que es imposible estar perfectamente limpio: incluso si no utilizas tu sustancia favorita, pierdes. Al final de su ensayo sobre el opio, Cocteau escribió con nostalgia que tal vez "los jóvenes" algún día podrían descubrir "un régimen que permitiera mantener los beneficios del opio", pero sin adictos. Eso sigue siendo imposible en el mundo de las drogas, pero tal vez no lo sea para los teléfonos inteligentes.
Después de reafirmar el control sobre mi vida digital, estoy casi listo para dar más pasos. Mi siguiente objetivo es poder utilizar mi dispositivo celular como lector de libros electrónicos sin necesidad de cambiar el Kindle por el navegador o las aplicaciones de correo electrónico y mensajería. Espero que eso me dé un impulso para mejorar mi velocidad de lectura pero será otra manera de luchar contra esa adicción. Un experimento forzado realizado durante dos semanas de vacaciones en el sur de Francia donde no tenía internet de alta velocidad produjo resultados esperanzadores. Pero sé que aún queda mucho por hacer
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