A mediados de este siglo, dos tercios de la raza humana (para entonces casi 10 mil millones de personas) vivirán en ciudades y megaciudades.
John Kress, veterano científico de la Institución Smithsoniana y curador del Museo Nacional de Historia Natural, recuerda que cuando se encontró con la comunidad sudeste china de Shenzhen hace décadas, "era un pueblo costero de 30,000 personas y hoy tiene 15 millones de habitantes. Afortunadamente, los chinos están tratando de hacer de esa ciudad un lugar muy verde".
La urbanización puede ser algo beneficioso, aunque a día de hoy no está muy claro. Pero lo que no hay duda es que también habrá desventajas.
Si le preguntas, a Kress le preocupa que, a medida que nos convertimos en criaturas de la ciudad, perdemos aún más nuestro contacto con la naturaleza, que es lo último que tendríamos que hacer.
Abogar por un mundo verde nada tiene que ver con el sentimentalismo o la poesía (que podrían ser completamente válidos), pero es necesario que nosotros, los humanos, sintamos el pulso debilitador del planeta.
Kress es el coeditor de Living in the Anthropocene, un nuevo libro Smithsoniano que, a través de más 30 ensayos de expertos en diferentes campos, hablan de las afectaciones de un planeta cambiante.
El lector descubre que la Tierra tiene unos 4,500 millones de años y que los seres humanos, tal y como los conocemos, han existido durante unos 200,000 años. En los últimos 12,000 años, desde la última gran era de hielo, hemos vivido en un clima relativamente tranquilo del período geológico que llamamos Holoceno. Pero las cosas empezaron a cambiar después de la Revolución Industrial. Desarrollamos sistemas en los que el progreso se complementaba con la quema de combustibles fósiles y, en general, todo el planeta daba por el hecho que se usarían esos fósiles si no llegaban a agotarse. O, tal y como dice uno de los ensayistas, el antropólogo Wade Davis: "La reducción del mundo a un mecanismo, con un recurso para ser explotado, ha determinado, en buena medida, la manera en que nuestra cultura, tradicionalmente, ha interactuado ciegamente con la planta viva", relata.
El libro está hecho a partir de simposios de los Smithsonianos sobre la era de los humanos y se adhiere a la teoría de que la era del Holoceno llegó a su final en 1950, cuando comenzó un fenómeno conocido como la Gran Aceleración. Los gráficos muestran, durante los sesenta años siguientes, aumentos exponenciales en los niveles atmosféricos de dióxido de carbono, fertilizantes, consumo de agua, energía y otras cosas. El número de personas que vivían en las ciudades pasó de menos de mil millones a aproximadamente 3,5 mil millones.
Aunque algunos señalan a la Revolución Industrial, entre 1780 y 1850, o incluso antes, los autores del libro piensan que la mitad del siglo XX es la mejor época para datar esta situación de catástrofe. Junto a otras importantes organizaciones científicas de todo el mundo, los Smithsonianos aseguran que el clima global se está calentando debido a las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la actividad humana.
El libro se estuvo escribiendo durante 18 meses y ha sido publicado en un momento clave: después de que tres huracanes extremos consecutivos (Harvey, Irma y María) cruzaran el Caribe y el sur de Estados Unidos. Se considera que las temperaturas más cálidas del océano y la alta humedad atmosférica contribuyen a estas violentas tormentas. Los científicos del clima, por su parte, dicen que, a partir de ahora, podremos ver eventos meteorológicos mucho más intensos que antes.
La publicación llega en un momento en el que el cambio climático y la política para abordarlo, por decirlo amablemente, no son las prioridades de nuestros líderes en Washington. El presidente Donald Trump ha decidido retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París, uniéndose así a Siria y a Nicaragua.
Pero estos tiempos que corren van más allá del clima y marcan un período en el que hemos modificado el paisaje de acuerdo a nuestras necesidades: desde construir carreteras, expandir ciudades, convertir bosques, construir presas e inundar valles fluviales. Todo eso tiene un precio ambiental y afecta al progreso, la pérdida de hábitats, especies y biodiversidad.
"Personalmente, como historiador natural y taxonomista, he estado viajando por todo el mundo a lo largo de mi carrera y he visto cómo se han ido sucediendo estos cambios ambientales", comenta Kress. Desde Costa Rica hasta el Medio Oeste estadounidense, él ha visto ese comportamiento. "Gracias a muchos estudios también sabemos que las islas tienen menos especies a día de hoy", lamenta.
Sin embargo, los últimos ensayos del libro ven oportunidades para avanzar en esta época a través de la restauración de la conservación natural y el hábitat, todos basados en el espíritu cooperativo entre "ciudadanos, gobiernos, instituciones sociales y religiosas, el mercado y el sector privado".
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