Opinión del expresidente Leonel Fernández sobre la Globalización:
En poco más de un mes de encontrarse en la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha dejado sin efecto el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que estaba pendiente de aprobación en el Congreso estadounidense; hizo retornar inversiones de la empresa automovilística Ford a los Estados Unidos; y ha reiterado la necesidad de renegociar el Acuerdo de Libre Comercio con México, el cual considera “el peor acuerdo comercial en la historia”.
Para el actual ejecutivo norteamericano, esos acuerdos de libre comercio, así como la presencia de empresas transnacionales estadounidenses en el exterior, quitan posibilidades de empleos a los ciudadanos de los Estados Unidos, debilitan el crecimiento económico de la nación y generan una situación de desbalance comercial que resulta desfavorable al interés norteamericano.
Para hacer, por ejemplo, que las empresas automovilísticas que se encuentran en México vuelvan a los Estados Unidos, el presidente Trump amenazó con establecer un arancel de un 35 por ciento, con lo cual el precio de los vehículos sería tan caro al entrar en el mercado norteamericano, que no encontraría venta posible.
Ante eso, la empresa Ford decidió cancelar su inversión en la nación azteca y reactivar su planta de producción en los Estados Unidos; y otras empresas, como la General Motors, la Chrysler y Toyota, han estado considerando proceder en la misma dirección.
Esas decisiones del gobierno del presidente Trump conducen a la idea de una ruptura con el consenso tradicional de los Estados Unidos, entre demócratas y republicanos, desde la década de los ochenta, de hacer de la nación norteamericana un país líder, en un mundo integrado e interdependiente, en el marco de la globalización.
Ahora, con la actual administración norteamericana, lo que se procura es, sin embargo, una vuelta hacia atrás. Es reinstalar un viejo sistema de proteccionismo comercial y de nacionalismo económico; y, por consiguiente, de negación del funcionamiento de un sistema abierto de libre circulación de bienes, servicios, inversiones, flujos financieros y personas.
En fin, ante el actual modelo que ha puesto en acción la administración Trump, cabría formularse la siguiente pregunta: ¿Se desvanece la globalización?
GLOBALIZACIÓN DESDE ABAJO
La visión crítica respecto de la globalización no comenzó, sin embargo, con la actual administración de Donald Trump. Desde los años setenta ya había un pensamiento opuesto a la manera de funcionamiento de las empresas transnacionales en los países en vías de desarrollo.
Luego, en la década de los ochenta, hubo una reacción adversa por parte de los sectores progresistas en distintos países de América Latina, el Caribe, Asia y África, en relación a las formas de operación del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de otros organismos multilaterales.
En la década de los noventa, la lucha fue en contra de la situación de disparidad o asimetría que se generaba en las relaciones comerciales entre países de distintos niveles de desarrollo.
Esa lucha se puso de manifiesto, de manera simbólica, en el hecho de que el mismo día que entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA), el 1ro de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional daba inicio a su insurrección armada, bajo el mando del subcomandante Marco.
Con posterioridad, esa campaña en favor de un comercio justo se llevó a las calles de Seattle, en el estado de Washington, en el 1999, mientras se realizaba una reunión ministerial convocada por la entonces recién formada Organización Mundial del Comercio.
Distintos sectores formaban parte de esa red de organizaciones que se enfrentaban a lo que en aquella época empezaba a denominarse como globalización neoliberal. Participaban sindicatos, medioambientalistas, activistas en favor de los derechos humanos, productores agrícolas, académicos y dirigentes políticos de carácter progresista.
La idea era que la globalización, tal como había sido concebida, solo favorecía a las grandes empresas y a los países desarrollados, fundamentalmente a los Estados Unidos. Se entendía que esa era una globalización desde arriba, que en nada podía favorecer a los pueblos que añoraban un mejor porvenir.
Frente a esa globalización neoliberal, concebida desde arriba, que implicaba una liberalización indiscriminada del comercio, la inversión y los flujos de capitales, se planteó un modelo distinto, una especie de globalización alterna, o alter globalización, como se le denominó, construida por los pueblos, desde abajo, para hacer realidad la consigna de la época de que otro mundo era posible.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 le quitaron impulso al movimiento progresista de globalización desde abajo. Pero ese mismo año, sin embargo, se creó el Foro Social Mundial, que ha llegado a reunir inmensas multitudes en Brasil, la India, Venezuela, Nairobi, Dakar y Túnez.
Hasta la fecha ha continuado un movimiento que estimula la necesidad de establecer una gobernanza global, lo que significa, entre otras cosas, el cambiar las reglas del libre comercio, la inversión y los flujos internacionales de capitales, para hacerlas más justas, más equilibradas y más en concordancia con las aspiraciones de progreso y bienestar de los pueblos en desarrollo.
EL RETORNO DEL MERCANTILISMO
A diferencia del movimiento progresista, que ha mantenido una lucha sostenida en el tiempo en favor de una globalización más justa y equilibrada, el actual gobierno del presidente Donald Trump, con su política de nacionalismo económico, procura, sin embargo, desconocer los actuales niveles de integración e interdependencia de la economía global, en favor de una vieja práctica, desaparecida de los anales de la historia, identificada como mercantilismo.
En base al mercantilismo se tiene como objetivo incrementar los aranceles de importación para evitar que empresas extranjeras penetren al mercado nacional y entren en competencia con la industria local.
Eso fue lo que ocurrió entre el siglo XV y la mitad del siglo XVIII, hasta la entrada en vigor de la Revolución industrial. De igual manera, lo que aconteció entre 1914 y 1930, que fue lo que, en última instancia, desató tanto la Primera Guerra Mundial como la Gran Depresión.
Debido al mercantilismo se desatan las guerras comerciales en las que cada nación se encuentra a merced de la voluntad de otra para que sus productos entren al mercado y se mantenga una dinámica de la economía mundial.
Influido por las ideas de Ross Perot, el multimillonario de Texas, quien fuera candidato independiente en las elecciones norteamericanas de 1992, el presidente Donald Trump ha llegado a creer que parte del malestar de la economía norteamericana se debe a que empresas de su país han ido a instalarse fuera del territorio estadounidense.
Sin embargo, no es así. En el sistema prevaleciente de producción global, hay una fragmentación del sistema productivo. Eso conlleva a la creación de cadenas globales de suministro, y a una deslocalización de la producción, que es a lo que se ha dado en denominar como sistema offshore.
Las empresas lo hacen por razones de reducción de costos laborales, y por consiguiente, de incremento de los niveles de rentabilidad. Pero, en esas cadenas globales de producción, buena parte del componente que sirve para al ensamblaje final del producto, proviene de otro país.
Por ejemplo, en el caso de los vehículos de empresas norteamericanas ensamblados en México, más del 40 por ciento de sus componentes son importados directamente desde los Estados Unidos.
Eso quiere decir, por lo tanto, que el presunto desbalance comercial en favor de México, al que hace referencia el presidente Donald Trump, no es enteramente cierto, ya que, debido a la importación de insumos norteamericanos para la producción definitiva del bien, al final lo que hay, en realidad, es una especie de reexportación hacia el mercado estadounidense.
El gobierno del presidente Donald Trump tiene todo el derecho a dejar sin efecto el NAFTA, así como ya lo hizo con respecto al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
Sin embargo, con esas medidas, lo que el gobierno de Donald Trump aspiraría sería modificar el actual sistema de producción offshore, o producción afuera, que es el de las zonas francas industriales, hacia uno de reshore, o producción hacia adentro.
Eso, naturalmente, implicaría una forma de desglobalización, que ya no resulta posible en un mundo dominado por los actuales niveles de integración, interdependencia e interconexión de la economía global.
Para aliviar sus problemas, lo que la economía de los Estados Unidos, así como la economía mundial necesitan, no es la vuelta a un mercantilismo ya superado por la historia, sino el establecimiento de nuevas reglas e instituciones que permitan la creación de una globalización más humana, justa, equitativa y solidaria.
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