La lencería barata y productos con el mensaje "I <3 New York" de las marcas de imitación son un clásico de los mercadillos de todo el mundo, pero en mis numerosas visitas a los rastrillos, una marca en concreto me llamaba siempre la atención por la frecuencia con la que la veía: Georgio Peviani. Destacaba entre otras como Pierre Klein, Cuggi, Lewis Vooton.
Una búsqueda en Google de este diseñador de nombre italiano revela una retahíla de páginas con fotos de pantalones. Obviamente, no existe ningún diseñador que se llame Georgio Peviani. Es una marca de imitación, pero ¿a qué otra firma imita? Si es a Armani, Peviani se aleja demasiado fonéticamente como para establecer la asociación. En cualquier caso, lo curioso es que la gente compra pantalones Peviani. El tipo, sea quien sea, tiene su propia marca y hace lo mismo que cualquier otro diseñador, excepto por un pequeño detalle: no existe. Hay un vacío en el lugar que debería ocupar él.
Bien, pues yo voy a llenar ese vacío. Voy a convertirme en Georgio Peviani y voy a sacar el máximo partido a la marca y transformarla en la flor y nata de una industria tan falsa que es capaz de sucumbir a los engaños de un hombre igualmente falso. Voy a llevar a Georgio Peviani a la Semana de la Moda de París.
La transformación en Georgio Peviani
El primer paso era comprar el dominio www.georgiopeviani.com.
Un poco arriesgado, lo sé, pero teniendo en cuenta que hablamos de una persona que no existe, dudo que deba preocuparme recibir una notificación de demanda de ningún despacho de abogados.
Diez minutos después, he conseguido dar forma a algo; algo que no dice absolutamente nada pero que tiene un aspecto bastante convincente. Y eso es lo que importa, a fin de cuentas, ¿no? También creo un mail, georgio@georgiopeviani.com. Todo está preparado para pasar a la siguiente etapa.
Mi pasaporte a la moda. El último paso es comprar varias prendas de Georgio para exhibirlas, así que voy a hacer una visita al mercado de Brixton para hacerme con unos cuantos pares exclusivos de vaqueros Peviani.
Primer día: Georgio aterriza en París
Como nunca he estado en París, decido moverme por la ciudad a pie para orientarme un poco. Tampoco tengo la más remota idea de dónde se celebra la semana de la moda, así que no tiene mucho sentido coger el metro sin saber cuál es mi destino. Tengo la esperanza de cruzarme con alguien que vista una falda con un corte extremadamente complejo o que calce un par de esas zapatillas Balenciaga que tienen un asombroso parecido a las que encuentras en el mercadillo y seguirle hasta el recinto del evento.
Cuando llevaba más de una hora siguiendo la esquiva silueta de la Torre Eiffel, de repente, del interior de un hotel cercano surge una marea multicolor que enseguida se extiende por las escaleras de la entrada: acaba de terminar un desfile. Me pierdo entre una multitud de personas altísimas con chaquetas de tul amarillo y sombreros que cuestan más que lo que gano en un mes; veo a blogueras con la cabeza gacha, escribiendo frenéticamente en sus smartphones. La muchedumbre empieza a disgregarse en todas direcciones y yo empiezo a desesperar cuando noto que alguien me da unos toquecitos en el hombro.
"Bonjour, monsieur! J'adore vos vêtements!".
Un hombre ataviado con tela vaquera de la cabeza a los pies me mira con rostro inexpresivo con las manos apoyadas en la hebilla de su cinturón, como si de un buscador de oro se tratara. Le entrego una tarjeta y le pregunto qué le ha parecido el desfile. "Lo he visto desde aquí", responde, señalando el lugar que está ocupando.
Le pregunto con tono indiferente si sabe dónde se celebra la semana de la moda. El tipo saca un trozo de papel arrugado en el que tiene apuntadas varias direcciones. "Palais Brongniart". Echo un vistazo a su plano y advierto que mañana hay un desfile de Vivienne Westwood. De repente, el hombre da un respingo y, señalándose el reloj, exclama: "¡Commes des Garçons, la embajada rusa!". A continuación abre su bolsa, en cuyo interior llego a atisbar un disfraz de Vladimir Lenin. "¡Tengo que cambiarme!".
Mi guía espontáneo desaparece antes de que pueda llegar siquiera a darle las gracias.
Llego al Palais Brongniart y el personal de seguridad me conduce a la recepción. "Monsier, lamento decirle que vamos a necesitar que nos muestre sus credenciales". Sin mediar palabra, deposito una de mis flamantes tarjetas de visita sobre el mostrador. La mujer teclea algo en el ordenador mientras habla con su compañera en un francés demasiado rápido como para que pueda entender algo. Tras unos instantes discutiendo en voz baja, ambas regresan.
Y yo recibo mi pase y sus disculpas con un suspiro.
Esperaba que en un evento de este tipo reinara un ambiente festivo y jovial, como el que se respira en los festivales de música y cine, pero para mi sorpresa, esto se parece más a un evento de networking organizado por Boxpark. Fuera, entablo conversación con una mujer que parece estar pasándoselo bien. Más tarde supe que es una de las primeras influencers digitales de la industria de la moda y una destacada directora creativa.
"¿No conoces a Peviani?", le pregunto. Ella sacude la cabeza. "Pues digamos que, si el streetwar es una religión, Peviani es un pecador incorregible". La influencerlevanta una ceja. "Peviani… o sea, ¿tú? Eso explica lo del fotógrafo". Le explico que VICE está preparando un especial sobre mí como una anomalía de éxito de ventas que se ha mantenido en el anonimato.
Intercambiamos tarjetas de visita y me recomienda una fiesta que comenzará en poco más de una hora y que estará atestada de periodistas. Peviani acaba de subir su caché.
Me dejo llevar por las conversaciones a mi alrededor, desdeñando con un gruñido chistes contados en idiomas que no entiendo. Esta gente está por debajo de Peviani; no merecen su atención. Sin embargo, en un rincón apartado veo a alguien que llama poderosamente mi atención.
"Quiero verte con esto puesto".
El modelo alemán Jean coge los vaqueros Peviani que le entrego y desaparece detrás de una cortina.
"Me encantan. Son tan populistas… ¿Los has diseñado tú?".
Asiento con un ligero gesto de cabeza. La gente a nuestro alrededor está deslumbrada. Jean me habla de un evento mucho más afín al estilo de Peviani que este y, confesando que no puede más con toda esta gente aburrida, se pierde en la noche parisina.
Mientras recorro las estrechas callejas cercanas a la estación Bonne-Nouvelle, me tropiezo con una multitud apiñada frente a una discreta puerta, bailando al ritmo de la música.
En el interior, me recibe un tipo italiano de complexión delgada. "Mickey", se presenta con una sonrisa. "Georgio".
Mickey me suelta una charla en italiano, a la que yo respondo asintiendo y emitiendo sonidos italianos. En cuanto tengo oportunidad, le pido que cambiemos al inglés para que mi fotógrafo pueda entendernos. Resulta que Mickey no solo es diseñador, sino que es italiano de verdad. Le informo de que y también soy diseñador y, antes de que pueda darme cuenta, me empieza a presentar a los asistentes a la fiesta.
La gente parece confundida, y yo caigo en la cuenta de que acabo de cargar sobre mis hombros una tarea más imposible, si cabe, que la de convencer al mundo de la moda de que soy diseñador: convencer a los italianos de que yo —que no puedo tener un acento de Birmingham más cerrado— también soy italiano.
Finalmente me presentan a una compradora de Milán, alguien que tiene en sus manos el poder de poner a Georgio en el culo de todos los habitantes de Boloña. "Georgio Peviani". Se detiene un segundo, cierra los ojos e inspira profundamente por la nariz. "La forma en que pronuncias tu nombre, Peviani, hace que me entren ganas de llorar". Empezamos mal.
Paso por alto el tema de la pronunciación y le pregunto si estaría dispuesta a comprar mis prendas.
"¿Que si lo compraría? Bueno, depende del cliente. Pero recuerda: la costura en Milán es distinta. Es alta costura". La tipa me está machacando. "Pero debo decir que me gusta la estructura, la forma". Mira la prenda con más detenimiento. "Veo que has hecho los deberes al elegir este botón. Es muy bonito. Y las iniciales también me gustan".
Le doy una tarjeta, me termino la bebida y me marcho. El primer día ha sido todo un éxito.
Segundo día: hacia el estrellato
Me levanto temprano y pongo las noticias. Ni rastro de Peviani. Solo se habla de Rick Owens. Tengo que apuntar más alto. Ávido de fama, envío emails a todas las agencias de RR. PP. de moda de París. Una noticia en la tele hace saltar las alertas de mi detector de oportunidades: Getty Images ha prohibido que se "retoquen" imágenes. Si el mundo quiere más carne sin editar, se la voy a dar.
El día de hoy ha de empezar a lo grande: tengo que encontrar una forma de entrar en el desfile de Vivienne Westwood.
La seguridad es muy estricta. Todos los paparazzi revolotean en torno a esta persona.
Después de posar, la sigo hacia la entrada, fingiendo que voy medio cogido de su brazo. Inspiro profundamente y aprieto fuerte mi acreditación con la otra mano. No me falles ahora, Georgio.
¡Estoy dentro! Echo un vistazo a la lista de nombres de la primera fila y voy depositando discretamente una tarjeta en cada uno de los asientos. Huelo la oportunidad.
No sé muy bien quién es, pero si está sentado en la primera fila, tiene que ser alguien importante.
Empieza el desfile.
Bravo.
Me quedo rezagado mientras el público va saliendo. El lugar se convierte en un jaleo de modelos desnudas y miembros del equipo de Westwood dando sorbos a sus refrescos. Entablo conversación con un tipo enfundado en un elegante traje muy de la era Thatcher y le pregunto qué planes hay para luego. "Alexa Chung", responde. "¿Quieres una invitación?". Acto seguido saca su móvil y me reenvía una.
Una ráfaga de flashes me reciben a la salida. La gente cree que soy importante, y yo mismo empiezo a creerlo. Al doblar la esquina, me para un grupo de mujeres que, por su vestimenta, parecen sacadas del rodaje de Miami Vice.
Son influencers que han venido desde Brasil para informar sobre las novedades de la semana de la moda parisina. Bueeeeeno, pues parece que a Raquel Minelli —sí, la de los 627.000 seguidores en Instagram— le han enamorado mis Peviani.
Una influencer dando a conocer mis Peviani a todo el mundo a través de Instagram. Casi no me lo creo; el sueño se está haciendo realidad. El mundo digital está a mis pies. Ahora, si me disculpáis, tengo un after party que conquistar.
Este sitio está lleno de la gente más cool de la moda. Tengo que mimetizarme con ellos como sea.
"Atento a lo que te voy a decir", le comento a un hombre al que acabo de conocer mientras cruzo las piernas con actitud de comerme el mundo. "Durante los próximos años no se va a hablar de otra cosa que de PunkyFish y Peviani. PunkyFish y Peviani, los nuevos Cavalli y Kors".
El tipo hace una mueca que sintetiza a la perfección el ambiente de la fiesta.
De repente, alguien se lanza al castillo hinchable, atrayendo todas las miradas. Es la mismísima Alexa Chung. En ese momento me doy cuenta de que para ser un verdadero icono, debes hacer que todo el mundo te mire. Debo esforzarme más.
Alexa baja del castillo hinchable y yo veo en ese instante una oportunidad para dejar mi impronta.
Me presento y ella repite mi nombre, aunque un poco atropelladamente. Georgio Peviani está, literalmente, en boca de una de las figuras más influyentes de la moda.
Pasan las horas, fluye el alcohol y todo se vuelve difuso. Peviani se mezcla con los máximos exponentes de la vanguardia parisina.
Solo me quedan los vagos recuerdos de charlas en terrazas y bares y el amanecer del…
Tercer día: el nuevo vestido del emperador
Me despierto tarde, con la cabeza a punto de estallar, al igual que mi bandeja de entrada. Una invitación para Lutz Huelle; otra para tomar un café de la diseñadora Esther Maud; una reserva para el desfile de Masha Ma en el YOYO Palais de Tokyo. Pero hay una en concreto a la que no doy crédito.
Me he abierto camino hasta los influencers, la flor y nata de la moda, pero esto es un pase privado para ver la nueva colección de una de las diseñadoras más prestigiosas de París, Véronique Leroy, en definitiva, una oportunidad de acceder a lo más alto de este mundo.
Llego a la dirección indicada, donde me recibe una señora mayor de rasgos estilizados y una larga melena rubia. "¡Georgio!". Nos besamos en ambas mejillas. La mujer parece la ilustración de un libro de La Pantera Rosa, con su vestido de encaje negro y sus medias blancas.
Entramos en un precioso piso parisino del siglo XVII. Un señor del Sudeste Asiático y una chica más joven, ambos vestidos de Prada, estudian unos catálogos. Dos modelos de metro ochenta están a nuestra disposición para probarse cualquier modelo que queramos ver. Y mientras, yo no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.
Me dedico a dar sorbos a mi café mecánicamente y a mencionar varios looks del tablón.
No está mal, pero ¿qué haría un verdadero icono de la moda?
"Este vestido… ¡es increíble! ¿Cuánto?".
"Me gustaría probármelo. Pronto tengo una entrega de premios y quiero causar sensación. Soy el joven gamberro de la moda". La mujer intenta disimular su desconcierto mientras desaparece tras la cortina. Después de diez minutos,voilà:
Me muevo con total desenvoltura en un piso de París, rodeado de millonarios y luciendo un vestido que vale más que todo mi armario junto. "Estás muy favorecido", dice en un susurro la mujer de ventas.
Me siento como si hubiera alcanzado un plano de privilegios superior. Georgio y sus piernas de Casper el Fantasma quedarán vagamente grabados en la memoria de diseñadores, influencers y apasionados de la moda de todo el mundo. Por lo que respecta a París, Georgio es un hombre de carne y hueso.
Decido que es momento de abandonarlo aquí.
El fin de los días: ¿quién es Georgio Peviani?
Después de pasar tres días siendo Georgio Peviani, he encontrado las respuestas a muchas preguntas, pero hay una incógnita que sigue atormentándome: ¿quién es realmente Georgio Peviani?
De vuelta en Londres, lo busco en Google. Tres páginas más tarde, encuentro algo: una marca registrada en 1996 y que caducó el año pasado y una dirección debajo, en Aldgate, Londres. Bingo.
Escondido en un rincón cerca de Whitechapel Road está mi destino: Denim World. Al entrar, ante mis ojos se extiende una infinita variedad de petos, chaquetas de camuflaje y vaqueros largos y ropa del mercadillo en la fashion week de Pariscortos. Un vistazo más atento me permite constatar que todas y cada una de las prendas son de Georgio Peviani. Me acerco al mostrador. "¿Trabaja aquí Georgio Peviani?", pregunto. Por toda respuesta, los empleados empiezan a dispersarse hasta que frente a mí solo queda un hombre —el patriarca— que asiente con la cabeza. "Ah. Usted vende mucha de su ropa, ¿no?". El hombre parece perplejo. "Pues sí, porque me lo inventé hace ya unos 30 años".
Adam se marchó de Zambia y llegó a Gran Bretaña en 1982. Desde entonces se ha dedicado a la industria textil.
A principios de los noventa se le ocurrió el nombre Georgio Peviani y le gustó. ¿Por qué? "Porque sonaba bien, sonaba italiano".
Su diseñador favorito es Armani. Adam me cuenta "el auge de Peviani" se produjo durante la década de los noventa y principios de los 2000, y tenía razón: durante esa época dorada llegaban a vender 35.000 piezas de Georgio Peviani a la semana en todo el mundo. Hoy día siguen suministrando prendas internacionalmente.
"Lo que me gusta de esta marca es que es accesible para cualquiera. No es como Armani, que solo unos pocos privilegiados pueden permitirse", explica. "Ha sido un gran éxito que ha permitido mantener a flote esta familia y el negocio todos estos años".
Le confieso a Adam mi fascinación por su marca y le cuento mi aventura en París. El hombre se ríe a carcajada limpia. Mientras seguimos charlando, tomo plena conciencia de algo: ya no soy Georgio Peviani. Nunca lo he sido, realmente, pero ahora sé quién es. "Tú eres Georgio Peviani, ¿verdad, Adam?".
Adam vuelve a soltar una carcajada, a la que nos sumamos sus compañeros y yo.
"Soy lo más parecido a él que vas a encontrar".
Publicado originalmente en VICE.com
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