Los principales conflictos internacionales de la historia moderna han sido resueltos después que centenares de miles de personas murieran en los campos de batalla: en el caso de la Primera Guerra Mundial, tras la muerte de entre 10 y 31 millones de personas, fueron necesarios seis meses de negociaciones para establecer el cese al fuego y la paz en Europa.
Poco tiempo después, más de 40 millones de personas perdieron su vida en la Segunda Guerra Mundial: el cese a las hostilidades fue posible gracias al consenso de los líderes mundiales de la época establecido en el Acuerdo de Yalta firmado por Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia en 1945.
Algo similar ocurre también en el caso de los conflictos locales, como la crisis que atraviesa Nicaragua. Recuerdo las negociaciones para que el dictador Somoza dejara el poder entre 1978-1979: yo era un muchacho de 15 años, trataba de entender por qué el embajador norteamericano, la OEA, la llamada oposición nicaragüense organizada como Grupo de los 12 y el FSLN eran entonces los principales negociadores del conflicto. Pero fue solo después de un ultimátum a Somoza por parte del representante del gobierno norteamericano que el dictador salió del país el 17 de julio de 1979. Para ese momento, miles de jóvenes, hombres y mujeres que habían tomado las armas en la ciudad y el campo ya habían dado sus vidas en las barricadas y en las montañas por la liberación del país de una de las dinastías mas sangrientas del continente latinoamericano.
Todo parecía haber acabado en una luna de miel socio-política con un gobierno revolucionario que suponía poner en práctica un esquema de economía mixta y pluralismo político. Ese modelo fue la atracción del mundo entero: la revolución sandinista era vista con atención desde Canadá hasta la Patagonia, El Caribe, Europa del Este, Europa Occidental, Congo y tantos otros rincones de la tierra.
Fueron momentos muy lindos para la generación de la que fui parte. Más de 60 mil jóvenes nos movilizamos en las montañas y en las barriadas para alfabetizar a más del 50 % de la población nicaragüense que no sabía leer ni escribir. Esos jóvenes logramos reducir el analfabetismo a un 12 %. Compartimos con campesinos y obreros, en el campo y la ciudad.
Demasiado bello para ser realidad, el proceso se diseñaba en la cúpula de gobierno y en la dirección partidaria. Así se implantó la reforma agraria, las estructuras rígidas de la organización comunitaria, campesina, obrera y estudiantil.
Las imposiciones se recrudecieron y con ellas crecieron grupos de inconformes, entre ellos los campesinos que se convirtieron en la oposición armada de la época en contra del gobierno sandinista de los años 80.
El resultado: una guerra de cuatro años (1984-1988) de campesinos armados en contra de la revolución que muy pronto incomodó la necesaria estabilidad geopolítica para Estados Unidos en la región centroamericana.
La crisis en la región estalló con ese conflicto militar justificado como uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría, donde los Estados Unidos y la entonces Unión Soviética midieron fuerzas en uno de sus últimos espacios geopolíticos libres en la región centroamericana. Entonces fue necesario un proceso de pacificación del conflicto regional armado en Centro América: "Contras" versus "revolución sandinista" en Nicaragua; y las acciones de la guerrilla salvadoreña organizada por el FMLN. El proceso de paz se inició en 1983 con el proceso de Contadora, un esfuerzo diplomático latinoamericano que no tuvo resultados muy felices. Hasta que fue retomado el proceso de negociación conocido como Esquipulas I, II y III.
En resumen, la búsqueda de estabilidad local y geopolítica en Nicaragua durante el conflicto de 1978 y la guerra de los años 80 ha significado más de 65 mil personas muertas.
Hoy en Nicaragua nos encontramos en un nuevo escenario, pero con la misma raíz del conflicto: la aspiración de una familia de entronizarse en el poder.
La sociedad nicaragüense demandó durante cien días de protesta cívica justicia, libertad y prosperidad, pero la respuesta de su gobernante ha sido la represión, intimidación, la obstrucción de las libertad de expresión y el asesinato de más de 300 personas, principalmente jóvenes universitarios.
Paradójicamente, aquel revolucionario conocido como comandante Daniel Ortega parece haber adoptado las prácticas represivas y las aspiraciones de entronización en el poder por parte de Somoza, su familia y allegados.
¿Será que Ortega y su esposa, ahora vicepresidenta de Nicaragua, han olvidado sus orígenes políticos y de clase social, hasta convertirse en unos desclasados socio-políticos, es decir traidores de su clase social y de sus orígenes políticos? Se han quedado en el disfrute del confort del poder y los placeres que da la influencia aparente del figureo político de Estado.
Nicaragua nuevamente está haciendo historia: hoy estamos realizando un cambio por la vía cívica, una protesta sin armas. Nicaragua está abogando un cambio político con el arma de la razón y las posibilidades de las nuevas tecnologías de comunicación.
Si nos resignamos ahora, si bajamos las banderas, las aspiraciones de paz, justicia y el derecho a la vida digna que nos merecemos podrían estar destinadas a un cementerio de cadáveres por la represión de quienes ahora se entronizan en el poder a cualquier costo.
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